Miraba la pantalla con entusiasmo, no era una película subidita de tono, pero me encendía. Se besaban. Los protagonistas se besaban y a mi se me caía la baba. Bueno, también se me subía otra cosa. No me apetecía pasar el rato en singular y la tenía gorda, muy gorda.
Tengo un vecino con el que de vez en cuando quedo para pasar el rato, en su cama o en la mía. En la cocina, en la ducha, en el sofá, bueno y en el portal también. Mierda, creo que su madre se ha enterado de que es maricón y lo ha echado.
Vale, pero siguía gorda y no paraban de besarse y magrearse y la pantalla cada vez máz encendida y yo también. ¡Por favor! ¡no me apetecía cascármela!
Pensé en mi ex y en el cabrón de su novio. ¡Eso! el cabrón de su novio que no se pierde palote. Me lo tiré aquélla noche y a la mañana siguiente mientras mi ex le llamaba. Cerré el círculo. Y me lo volví a tirar cuando regresé del trabajo.